El chico del patio
El hijo de mi vecina María es el típico que se pasa jugando a la play toda la mañana sin trabajar y yo lo veo desde la ventana de mi cocina y me pone muchísimo.
Muchos días le he observado en su cuarto jugando a la Play en calzoncillos, como se rascaba y se sobaba el paquete, puede hasta que supiera que le observaba. Pero nunca me ha pillado, o eso creo.
Josué es un chico joven, de vientipocos años, más bien macarrilla y sin oficio, muy delgado y con algún tatuaje en los brazos. Se pasa buena parte de la mañana en su cuarto y cuando llega el verano es todo un espectáculo. No se corta. A veces anda con una camiseta de tirantes y unos slips, otras en boxers sin camiseta y algún día de mucho calor hasta en bolas le he visto. El cabrón tiene un buen rabo peludo. Además se sienta a jugar cerca de la ventana donde tengo mejor ángulo. Claramente quiere que le vean. Muchos días ya me he quedado mirándole por la ventana y sobándome el paquete. Alguno incluso he llegado a correrme imaginando como se la chuparia mientras juega a la play. Un día me lo encontré en el portal. Yo venía del súper cargado de bolsas y se ofreció para ayudarme. Sin dudarlo le dije que sí y los dos entramos al ascensor y empecé a fantasear con todo lo que le haría si nos quedáramos encerrados ahí. Trataba de mirar para arriba porque si no iba a ser muy descarado mirándole a los brazos, los pezones que se le marcaban o el paquete. Cuando llegamos a casa le dije que dejara las bolsas en la puerta pero se empeñó a entrar hasta la cocina. Claro por el camino empezó a ver todas las ilustraciones y fotos eróticas que tenía colgadas. Vale, ya se había enterado de que era gay. Para agradecerle la ayuda le ofrecí un vaso de agua y se lo bebió cerca de la ventana.
– Mira desde aquí se ve mi habitación, comentó y se quedó pensando.
No sé si se arrepentía de haberme avisado o de que se había dado cuenta de que seguro ya le había vigilado antes.
Se terminó el vaso de agua y se marchó a su casa. Al rato volví a mirar por la ventana y había bajado la persiana. Vaya se me acabó la diversión. Aun así me empecé a calentar y a sobarme el paquete recordando la situación en el ascensor y cómo se la hubiera comido. Además el hecho de que fuera un chico prohibido me ponía aún más. Cogí mi bote de popper, me senté en el sofá y me fui acariciando, notaba cómo se me iba poniendo dura. Me gustaba darle con la mano llena de lubricante y seguir inhalando popper. Cada vez le daba más fuerte. Con los ojos cerrados pensaba en el ascensor, en la polla de Josué, en cómo me la comería, primero despacio con la lengua y luego que me la metiera hasta la garganta, apretando mi cabeza y con el morbo de que se abriera la puerta del ascensor y nos pillara alguien. Volvía a inhalar mientras me pajeaba más rápido. Notaba ya que estaba a punto me iba a pegar una buena lefada. Llevaba dos días sin correrme así que iba a salir un buen chorro que me iba a llenar el pecho. De repente llamaron al timbre. Joder estaba a tope y me dejan a medias. Me levante con el rabo durísimo y fui al telefonillo. Era un paquete para Josué que no estaba en casa y si lo podía recoger. Me vestí para abrir al repartidor y me dio la caja. Ya se me había bajado el calentón pero me entró la curiosidad y no pude evitar ver qué había. Seguro que era algún juego nuevo de la play. Lo intenté abrir sin que se notará mucho y pegue un salto hacia atrás al ver lo que había. Una caja de TheGaything de esas que te llegan al mes con ropa interior y tratamientos. ¿Era para él? ¿Era gay también? El calentón me volvió de repente de la emoción. Ahí mismo en mi cocina me la volví a sacar el rabo, me la casqué y rápidamente me corrí encima de mi mano. Intenté cerrar bien la caja para que no se notará que la había abierto y por la tarde se la bajé a su casa. Llamé al timbre y me abrió su madre.
-¿Está Josué? El cartero ha dejado una caja para él.
Su madre le llamó y Josué apareció al final del pasillo. Me empezó a entrar calor. Esperaba que no se notará el agujero que había en el cartón.
-¿Qué es un juego de la play?, le pregunté.
-No lo habrás abierto,¿ no?
-No, tranquilo.
No sé si había sonado muy convincente porque a Josué le cambió la cara y rápido dio las gracias y cerró la puerta.
Pasaron los días y mi vecino seguía sin subir la persiana. Tampoco le veía por el portal, ni el ascensor. Seguro se había dado cuenta de que conocía su pequeño secreto y le daba vergüenza.
Una semana después me acerque a la ventana y ahí estaba asomado.
-Vecino, ¿quieres ver el juego que me llegó el otro día?
Obviamente le dije que si. Estaba sin camiseta. Entonces se alejó de la ventana y se dio la vuelta. Llevaba un suspensorio puesto. Le quedaba de vicio.
-Sube aquí que no lo veo muy bien, le lancé la proposición.
-Ahora voy, me dijo.
Ahora si ya no teníamos secretos y le iba a proponer cumplir mi fantasía del ascensor.