Premio y castigo

Premio y castigo

Nos empezamos a besar tumbados, desnudos en la cama. De repente veo como sus manos
bajan por mi espalda y van directas hacia el culo.
Me abre las nalgas y empieza a acariciar mi ojete, se salpica la mano con sus babas y empieza a
toquetear mi entonces cerrado agujerito.
Después de acariciarlo, mete un dedo y empieza a inspeccionar con desafío, veo como sus
suaves caricias se tornan más agresivas, hasta que de repente mete el segundo sin pensárselo
y para de besarme.

-Qué bien que dilatas siempre, me dice.

Yo me río y le sigo besando, pero él aparta la cara.

-Quiero meterte le puño tío, hace mucho que no lo hago y me daría mucho morbo
hacerlo contigo.

-Es que nunca me lo han hecho tío, me da miedo.

-No te preocupes, voy despacio que yo controlo, si ves que te duele me avisas y
paramos.

Asiento con la cabeza: estaba acojonado pero demasiado cachondo como para decir que no a
cualquier propuesta que me hiciera. Quita los dedos de mi culo, se levanta, coge mis piernas
con fuerza y las arrastra al filo de la cama, poniéndolas en alto sobre sus fuertes hombros.
Coge la crema lubricante que había en el primer cajón de la mesita y embadurna su mano, que
además era grande, con todo el producto. Empieza metiendo dos dedos de golpe como un
bestia y yo gimo de gusto. De repente empieza a excavar y hacer movimientos circulares
dentro de mi ojete y yo me muevo pero no opongo resistencia, la verdad es que no era
desagradable.
Sigue con el mismo movimiento durante un buen rato, yo cada vez noto más espacio
ocupando la zona.

-Ves, ya tengo dentro los cinco dedos, ¿ves que no te ha dolido? Ahora falta empujar.

Y así fue, empezó a empujar hacia dentro, repitiendo los mismos movimientos circulares y casi
hipnóticos cediendo cada vez su mano más hacia adentro, hasta que llega un momento que
detiene ese movimiento y empieza a empujar su mano con firme decisión. Pego un berrido: el
dolor era tan insoportable que me ahogaba, no podía ni volver a gritar de nuevo.

-Para tío por favor, que me duele mucho.

Acerca mi cara, juntando su nariz con la mía y me mira con sus ojos: eran puro fuego,
inyectados en sangre y brillaban: Vamos, que estaba más cachondo que un perro viendo como
sufría. Me acaricia la cara con cariño con un mano y con la otra sigue empujando a pesar de
mis súplicas.

-¡Para, para, para!, digo gritando.

-Buuuf, queda poco cariño, un empujoncito y ya, lo único que me molesta un poco el
hueso de la muñeca y quiero ir con cuidado.

Fíjate si iba cerdo que me llamó hasta cariño. Bajé la mirada y tenía la polla dura y se le
marcaban cada una de sus venas, yo sólo pensaba en ese trofeo que me iba a llevar si
aguantaba, así que aguanté: todo sea por ver mi sueño cumplido, el que un millón de personas
matarían por conseguir.
Volvió a empujar y yo ya ni grité, apreté los dientes y se me cayó una lágrima del ojo derecho,
que él, al ver cómo caía por mi mejilla, secó de un lametazo en la cara.

Es que es una pasada tío, te dan hasta calambres en las piernas, dijo el hijo de puta.
De repente sentí el agujero más cedido que nunca y un pinchazo muy intenso con el que no
pude evitar soltar un sonoro quejido. De golpe me tapa la boca con su mano.

Tío, nos van a oír los vecinos.
Y así fue, mirando por la ventana de su habitación que comunicaba a un patio de luces común,
que en ese momento era más de luces que nunca, vi como todos los vecinos curiosos iban
encendiendo todas las bombillas de sus habitaciones, que se veían como luciérnagas en mitad
de la noche oscura.
Sentí que me ahogaba, así como un fuerte pinchazo en el estómago que luego iba recorriendo
todo mi cuerpo, las lágrimas caían solas con decisión sobre mis mejillas, ya rojas por la
excitación y por sus manos, que apretaban cada vez más fuerte contra ellas. Aparté su mano
como pude para intentar zafarme pero él la utilizó para cogerme del cuello, aunque esta vez
con menos fuerza.

Tío por favor, déjalo que me duele un huevo, le supliqué entre susurros y sollozos.
Tenía miedo de gritar, lo conocía y sabía de su carácter autoritario, quizás se cabreaba y me
metía la mano de golpe si armaba demasiado escándalo, y más con lo descontrolado que
estaba. Y es que era igual de jefe que follando: un cabrón al que le molaba verte sufrir.

Buuuf, no me digas eso que me corro.

No te lo digo para que sigas, te lo digo para que pares.

Venga va perro, que falta nada.
Me dio una hostia en la cara y un beso en el cuello. Es que al final de esto se trataba este
juego: de sufrimiento y de recompensa.
Piensa en el trabajo que te ha prometido, en los editores de publicaciones que conoce, en el
mundo en el que se mueve, en todo lo que te puede ofrecer que tú por su propio pie no has
conseguido ni ver de lejos, por fin vas a conseguir que alguien vea tu libro y que incluso, lo
publique una gran editorial, pensé para mí.
En ese momento apretó mucho más fuerte, yo apreté los dientes con más fuerza, pero no
pude evitar coger el brazo que estaba intentando meter para que parara, como un acto reflejo,
que é me lo quitó de un manotazo. El grito que metí fue brutal, pero aquí él ya estaba tan
caliente que ni siquiera se dio cuenta: lo vi su boca medio abierta, sus ojos depredadores
mirando al objetivo y su capullo duro ya babeando.

-Ya está dentro.

De repente, siento como ese calambre en el estómago insoportable se convierte en ardor,
eran puras brasas subiendo por mi ojete hasta la zona baja de mi vientre. Entonces vuelve al mantra de los movimientos circulares del principio y yo experimento un placer indescriptible
que traduzco en forma de gemidos encendidos mientras él me besa para apagarlos. A la
mierda los putos vecinos, ¡esto era la hostia!

Después de un buen rato para y veo como me va sacando la mano poco a poco hasta que
termina de quitarla, ya en el momento final soplo con fuerza. Ahora llegaba el premio: su polla
dura dentro de mi ojete dilatado por sus habilidosas manos.

Me aparta las piernas de sus hombros, me coge al vuelo y me lanza con desdén, como una
manta que vas a acabar colocando en un día de invierno sobre la cama para resguardarte del
frío, hacia el centro de la cama. Se sube encima de mí, choca mi nariz con la suya, me coge los
brazos y los levanta hacia el cabecero sujetándolos con sólo una mano y con la otra me coge
del cuello.

-Ya eres mío, me dijo dibujando una sonrisa retorcida.

Ya no se habló mucho más en ese súper polvazo después de eso: sólo alguna petición de
“dame más fuerte” por mi parte y un “me corro, cabrón” mutuo como remate final.
Después de la follada se levanta, busca en su pantalón tendido en el suelo y arrugado el
paquete de tabaco y el mechero y lo enciende, sentándose con las piernas abiertas a los pies
de la cama, con el rabo aún medio duro y con los restos de la lefa que había dejado minutos
antes en mi ojete. Se gira y me sonríe, me acaricia y luego me sacude la cara con fuerza hacia
un lado: de nuevo premio y castigo.

-Buen perro sumiso.

Yo le sonrío con complicidad pero no me la devuelve, gira la cabeza y mirando al frente
dándome la espalda, sigue fumando, y sin girarse dice:

-Mañana iremos a ver a Antón, ponte guapo y quítate el pendiente de la nariz, que
detesta esas moderneces, trae el borrador del libro imprimido, yo se lo presentaré por
ti, no hables a menos que se dirija a ti, para lo demás yo seré el que hable. Si la
reunión sale bien, firmarás el contrato y serás escritor.

Lo miré sonriendo de oreja a oreja, pero él estaba de espaldas y no podía ver mi cara de
alegría. No me pude contener, lo agarré por detrás con fuerza mientras seguía fumando y le di
un mordisquito en la nuca.

-Me ha molado un montón tío, ya lo haremos más.

Y es que al final, había merecido la pena.

Texto: @davidbarcelonao